Inversión en tecnología

Inversión en tecnología

En la teoría económica clásica se define a la producción como aquel proceso en el cual se combinan factores de producción (bienes de capital y trabajo) para obtener un producto final. Si aplicamos esta definición al campo de la formación profesional, podemos observar cómo se combina infraestructura, materiales de aprendizaje y tecnología; con planificación prospectiva, diseño curricular, elaboración de cursos y trabajo docente para que los estudiantes desarrollen sus competencias. 

¿Por qué nos ocupa la inversión en tecnología cuando pensamos en el fenómeno de la digitalización?

Los procesos de digitalización exitosos tienen en común la inversión complementaria (Ver nota 2: "Factores para una digitalización exitosa") de recursos y esfuerzos en tres aspectos clave: tecnología, innovación en procesos organizacionales y el desarrollo de las competencias necesarias para dar soporte a estas innovaciones.

La tecnología siempre es una variable determinante, dado que un “avance tecnológico” puede incrementar la capacidad productiva de los factores, desplazando la frontera de posibilidades de producción. Pero a su vez, al tratarse de un factor complementario que necesita de otras estructuras para aplicarse con éxito, es frecuente observar inversiones que no alcanzan los efectos esperados.

¿Qué sucede en nuestra región?

Los países emergentes, como los que integran la región de América Latina y el Caribe, presentan ciertas características que dificultan el acceso a la inversión tecnológica de largo plazo. Las organizaciones asumen estrategias con horizontes de corto plazo como respuesta a los riesgos de operar en entornos de mucha volatilidad política, institucional y económica; traduciéndose en inversiones intensivas en capital de trabajo (activo corriente) más que en innovación con financiamiento de largo plazo. 

Las causas son varias y responden a un conjunto de factores que inciden en las decisiones de inversión en capital: mercados financieros en los cuales el costo de obtener fondos es relativamente alto y complejo, por lo cual el crédito bancario es la opción más utilizada; inestabilidad política y macroeconómica, inflación persistente, crisis financieras sistémicas que causan daño a la economía real, baja transparencia en el mercado y profunda asimetría en la información acentuada por la existencia de monopolios, carteles o grupos que restan eficiencia a los mercados emergentes. 

Todo este conjunto de particularidades obliga a las organizaciones a poner el foco en la gestión de la liquidez, como forma de soportar los shocks que regularmente suceden; dejando en un segundo plano la búsqueda de innovación y eficiencia. Como consecuencia, las empresas tienen estructuras de capital más caras que las observadas en países desarrollados, lo que dificulta su inversión en innovación y en la búsqueda de procesos disruptivos. En este escenario, la preocupación principal pasa por gestionar la continuidad y sostenibilidad de la organización en el tiempo. 

Al escenario recién descrito se le suma una matriz productiva hecha fundamentalmente de micro, pequeñas y medianas empresas con mandos altos en general no preparados para la innovación y en muchos casos sin resto de tiempo y recursos para innovar.

El efecto recién descrito hace que los procesos de difusión tecnológica en la región sean más lentos y menos homogéneos. Esto presenta dos desafíos paralelos a la formación profesional: por una parte, actualizar su oferta formativa para acompañar los cambios basándose en una demanda fragmentada o, inclusive, inexistente. Por ejemplo, un estudio desarrollado por OIT/Cinterfor identifica que son fundamentalmente las Instituciones de Formación Profesional quienes trajeron a la mesa la necesidad de formar en competencias transversales para la economía y sociedad digital.

Por otra parte, en un escenario de demanda heterogénea y poco sostenida por servicios de formación que requieran de una base digital, se hace riesgoso realizar grandes inversiones y planificación de largo plazo; dado que, en estos escenarios de alta incertidumbre, es un enorme desafío embarcarse en planes de transformación digital por el tiempo requerido para llevar adelante dichos cambios estructurales.  

La necesidad de hacerlo, en cualquier caso, no está en discusión; ya que además de los beneficios en términos directos, lograr instituciones más flexibles es indispensable para afrontar las disrupciones externas.